En la vieja villa
el cartel de la librería - papelería
regentada por Abraham Rosenthal
se veía reluciente
junto a una banda negra y dorada
con una estrella labrada.
La clientela aislada en la villa por una muralla
ignoraba la vida exterior
y había convertido la población
en un mundo atemporal
detenido durante lustros.
En la mesita del exterior
un azucarero y una jarrita de leche
a disposición del lector
servida por una mujer
de mandil con grandes bolsillos exteriores
que inclinaba sonriente la cabeza.
Philipp Bamberg paseaba alrededor de la muralla
contemplando los arriates
donde trepaban enredaderas de múltiples colores
que dejaban caer el sonido del día o la noche
de las gotas de rocío la lluvia o la nieve.
A mediados de los años cuarenta
se abrió una brecha entre los matorrales
y un camino nuevo y ficticio
señalaba el inicio de un nuevo espacio infinito
salvado de peligros.
No fue hasta treinta años más tarde
que establecieron una cancela de paso
forrada de hojas de alabastro
y tal fue que la Schreibwaren
regentada por Rosenthal
se convirtió en el centro de reunión
de todo el mundo exterior.